La realidad de la vacunación: ¿Por qué persisten las reticencias?
Medicina Familiar / Dr. Marco Antonio Inda Caro / Médico de Familia
Una triste historia se repite temporada tras temporada. Llega el invierno, y con él, las vacunas contra la influenza y el COVID-19. Año tras año, se invita a los grupos vulnerables, a los trabajadores de salud y a la población general a inmunizarse, y se encuentran las mismas respuestas: un rechazo a la vacunación.
A quienes se niegan a recibirla, se les pide que firmen un documento en el que manifiesten su negativa. Esto desencadena respuestas como “Entonces llamo al sindicato para acusarte de hostigamiento laboral”. El sindicato interviene y reitera: no puedes obligarlos. ¡Correcto, no puedes! Sin embargo, muchos de estos trabajadores tienen contacto directo con el público y familiares vulnerables.
La historia es clara: en 1950, la influenza cobró más de 50 millones de vidas, y hasta la fecha sigue siendo mortal. En 2010, México alertó al mundo durante una epidemia de influenza, logrando contener la crisis. En 2020, 2021 y 2022, el mundo enfrentó una pandemia de COVID-19 que causó más de 6 millones de muertes registradas, con un subregistro considerable. Se estimaba que por cada persona infectada había ocho más sin diagnóstico, transmitiendo la enfermedad. Aun así, seguimos rechazando la vacuna.
En una unidad médica con 100 trabajadores, alrededor del 10% rechaza la vacuna, argumentando efectos adversos. Otros se la aplican por obligación, pero los sindicalizados han adquirido el “derecho” de rechazarla. No es difícil imaginar que, en unos años, la vacunación podría llegar a ser obligatoria. Nos enfrentamos a presiones por parte de organismos no gubernamentales, que han impuesto cambios en nuestras costumbres y normas, como los siguientes:
- Ya no es posible castigar físicamente a los hijos para corregirlos; esto es violencia doméstica.
- No se les puede prohibir el uso de dispositivos electrónicos, para no quedar fuera de la era digital.
- No se puede obligar la vacunación en ciertos grupos de edad ni a los padres “antivacunas”.
- La educación escolar parece haberse convertido en una decisión opcional, cuando es un derecho fundamental.
- No se puede exigir a los trabajadores que cumplan sus funciones sin riesgo de ser acusados de acoso laboral.
Vivimos en una sociedad que parece estar perdiendo el valor de la responsabilidad y el compromiso. Las estadísticas muestran una realidad preocupante, y sin embargo, cada vez más personas eligen ignorarlas. Recientemente hablé con un médico pasante que se quejaba de atender pacientes, cuando su pasantía consiste precisamente en tratar casos y conocer la evolución de las enfermedades.
Es alarmante pensar en lo que estamos convirtiéndonos.