La Estatua del General Zapata

Voceros Incansables

Por Félix Fernando Baños

fbanoslopez80@gmail.com

La inseparable relación del arte con “el drama de la vida del hombre sobre la tierra” fue el hallazgo de Juan Zocchi cuando meditó a fondo, tanto sobre el altar de Isenheim, pintado por Mathis Grünewald, como sobre la Novena Sinfonía de Beethoven, particularmente sobre su Cuarto Movimiento. La vívida experiencia que tuvieron ambos autores de sus dramas personales y de los colectivos de sus respectivas épocas, los impulsó a trabajar para transfigurarlos en la sublimidad de sus creaciones.

Pero resulta que las mismas obras de arte, no sólo sus autores, también pueden tener una existencia dramática. Ya vimos cómo “El Niño Sobre el Caballo de Mar”, el símbolo turístico dado a Puerto Vallarta por el maestro Francisco Rafael Zamarripa Castañeda, se debate de continuo en la playa de Pilitas con las fuerzas de la naturaleza, en ocasiones sumamente agresivas.

La estatua del General Emiliano Zapata Salazar, obra del maestro Manuel Romo Aguirre, también ha tenido una existencia dramática, por otras razones. El H. Ayuntamiento dispuso en 1985 que estuviera en la plaza Lázaro Cárdenas, pero se fundió once años después, en 1996, porque el mismo H. Ayuntamiento ya no quiso financiarla, condenándola al olvido. Salió de allí cuando la mayoría de Regidores fue de un partido distinto al de siempre, quienes buscaron empresarios que la donaran. Aun así, estuvo un año tirada en el piso del jardín de niños “Emiliano Zapata” esperando su instalación en la plaza Lázaro Cárdenas, lo que sucedió en 1997.

A los nueve años de estar en su sitio, el 6 de junio de 2006, al desmontarla los trabajadores que preparaban la plaza Lázaro Cárdenas para construir debajo el estacionamiento, la quebraron por las rodillas. El H. Ayuntamiento la mandó a reparar al taller del maestro Octavio González Gutiérrez, pagando su acertada restauración; pero nunca la recogió, a pesar de las insistencias del maestro González. No se entiende por qué pagó el H. Ayuntamiento el daño que otros causaron a una propiedad suya, en vez de exigirles que lo cubrieran ellos y de amonestarlos por su impericia e irresponsabilidad. Menos se entiende por qué el H. Ayuntamiento la abandonó de plano, ejerciendo sobre ella una especie de damnatio memoriӕ (“abominación de la memoria”), mutilación de los retratos de gente perversa como Nerón o Cómodo, decretada por el Senado romano buscando su olvido.

En 2012, uno de sus principales donantes exigió al H. Ayuntamiento que le regresaran la estatua, temiendo que alguien se la robara, pues no se sabía nada de ella. Pero se tranquilizó cuando comprobó que existía, aunque estuviera abandonada. Le prometieron que se instalaría donde estuvo la Rinconada, de la que en 1978 se retiró el busto de Zapata por ser un emplazamiento inadecuado. Sólo fueron promesas. La estatua siguió abandonada.

En 2020, finalmente la rescató el Instituto Vallartense de Cultura, pero todavía no ha podido instalarla en el sitio que le corresponde en la plaza Lázaro Cárdenas, de donde está ausente desde hace dieciséis años. ¿No es dramático?