La cacería de subsistencia: otra luz roja encendida

ConCiencia Animal /Por: MVZ. Carlos Arturo Martínez Jiménez

Con Ciencia Animal MVZ. Carlos Arturo Martínez Jiménez

Les confieso que me he vuelto fanático de las publicaciones científicas de la Asociación Mexicana de Mastozoología, ya que muchos de sus artículos cumplen con los requerimientos actuales en la tendencia mundial de Una Sola Salud. En esta ocasión me referiré a un peculiar e interesante trabajo de César Rodríguez Luna, Román Espinal Palomino y Carlos Ibarra Cerdeña, investigadores del Departamento de Ecología Humana del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, Unidad Mérida, en Yucatán.

El tema abordado parece, en apariencia, ambiguo, anecdótico y anacrónico: la cacería de subsistencia. Lejos de la burbuja citadina que nos cubre de otras realidades, esta práctica sigue siendo común en México, sobre todo en zonas marginadas. La Ley General de Vida Silvestre la define como el uso de ejemplares, partes o derivados de la vida silvestre para consumo directo o venta, con el fin de que las personas y sus dependientes económicos puedan satisfacer total o parcialmente necesidades básicas de alimentación, vivienda y salud. Así, la práctica circunscribe aspectos de conducta, convivencia, socialización, cultura y cosmovisión dentro de las comunidades rurales, variando considerablemente de un grupo a otro según su contexto.

Existe, sin embargo, un elemento común: esta actividad ocurre en sitios donde aún hay vegetación que alberga diversas especies de fauna silvestre. El caso de estudio de los investigadores es la región de la Selva Maya de México, donde se han registrado más de 80 especies de vertebrados silvestres —reptiles, aves y mamíferos— aprovechadas por los pobladores con diversos fines: rituales, ornato, compañía, medicina y alimentación.

De manera particular, se identificó un grupo de 21 especies de mamíferos cazados principalmente para el consumo de carne, conocida como “carne de monte”. La frecuencia de consumo varía, pero suele ser una práctica selectiva que prioriza especies de gran tamaño corporal o relativamente abundantes en la zona. Entre ellas destacan el venado cola blanca, pecarí de collar, coatí, tepezcuintle, armadillo, mapache, conejo silvestre y un cérvido conocido como temazate.

Si bien estas especies representan una fuente accesible de proteína para complementar la dieta, también constituyen un riesgo significativo para la salud, pues están asociadas a la transmisión de enfermedades. Durante la cacería se expone a los cazadores a patógenos transmitidos por vectores —mosquitos, garrapatas, pulgas, chinches, ácaros— y al manipular los animales, el riesgo aumenta debido a virus, bacterias, hongos y parásitos presentes en secreciones, sangre, orina y carne. Ya sea en el proceso de captura, preparación o consumo, existe la posibilidad de transmisión de patógenos zoonóticos a los humanos.

De acuerdo con los reportes revisados, se han identificado alrededor de 16 patógenos zoonóticos en el venado cola blanca, 12 en el mapache, 6 en el armadillo, 4 en el conejo silvestre y 3 en el coatí, entre otros. Aunque la proporción de agentes varía según la especie, los parásitos representan el 89 % y los virus el 67 % de los identificados. Enfermedades como toxoplasmosis, enfermedad de Chagas, tularemia, yersiniosis, salmonelosis, brucelosis y virales como la hepatitis E son las más comunes en la Selva Maya.

El consumo de venado cola blanca —y en menor medida de mapache— tiene un fuerte arraigo cultural y sigue siendo una de las principales fuentes de proteína en las comunidades rurales. Sin embargo, su alto número de patógenos asociados implica un riesgo significativo de contagio zoonótico.

Ante ello, resulta imprescindible para la salud pública y, en consecuencia, para la seguridad nacional, que se promuevan prácticas seguras de manejo y preparación de animales. Desde el momento de la caza debe evitarse el contacto directo con sangre y fluidos, utilizando guantes, mandil y cubrebocas, así como desinfectando adecuadamente los utensilios. Igualmente, es fundamental garantizar un correcto lavado y cocción de los alimentos, asegurando tiempos y temperaturas suficientes, además de evitar la contaminación cruzada en los utensilios de cocina.

Identificar y comprender los peligros asociados a la cacería de subsistencia, junto con la difusión de información sobre los patógenos presentes en las especies consumidas y las enfermedades que pueden transmitir, es esencial para fortalecer la alerta temprana en las comunidades rurales.

Fomentar medidas preventivas —desde la selección de presas hasta la aplicación de protocolos de higiene y el monitoreo de síntomas posteriores al consumo— permitirá reducir riesgos. No obstante, el conocimiento siempre será insuficiente y cambiante: aún pueden existir microorganismos no estudiados capaces de provocar enfermedades en animales silvestres o en humanos, o bien surgir mutaciones favorecidas por la alteración de los paisajes tropicales y el cambio climático.

En este sentido, resulta crucial que las autoridades de salud animal y salud pública mantengan actividades de vigilancia epidemiológica y campañas informativas de manera regular y permanente, para que esta práctica ancestral no se convierta en una amenaza moderna.