Inteligencia para la ciudad
La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia
El pasado 30 de marzo se celebró en un conocido hotel de Nuevo Vallarta el foro denominado “Interconectando Ciudades Inteligentes”, organizado por el Instituto Municipal de Planeación del municipio de Bahía de Banderas bajo el auspicio de la agencia ONU Hábitat, la Secretaría de Relaciones Exteriores, Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) y el Instituto Nacional del Suelo Sustentable (INSUS).
Este tipo de foros son necesarios en la región para alentar la reflexión y la puesta en común de ideas y experiencias en torno al territorio, la ciudad y sus prácticas, por lo cual es meritoria su realización.
El concepto de “inteligencia” aplicada al ámbito de la ciudad tiene una larga trayectoria; en la primera década del siglo XXI, Alfonso Vegara y la fundación Metrópoli impulsaron iniciativas y metodologías de aplicación para Iberoamérica.
Y es que los avances tecnológicos facilitan la innovación para resolver problemáticas urbanas complejas y persistentes. Ello fue palpable en los pasados dos años cuando la pandemia asociada al virus del Covid-19 obligó a adoptar hábitos impensables en algún otro momento.
Pese a ello, el mayor reto para que una ciudad adopte otros enfoques es que la sociedad incorpore criterios pertinentes de manera constante y sostenida, activando y suscitando la coordinación entre el talento humano.
Un tema clave es la movilidad, cuyo paradigma sigue anclado en el uso de transporte individual en detrimento de modalidades colectivas. Basta echar una ojeada a nuestra zona metropolitana para asumir que éste puede ser el tema prioritario, pudiéndose adoptar iniciativas valientes como determinar vías exclusivas para el transporte colectivo, ampliar la red de ciclovías, fomentar el uso de auto compartido con incentivos económicos y un largo etcétera. Pero se impone una resistencia añeja porque todos queremos andar en Jeep con aire acondicionado, pero pocos en bicicleta con el calorón.
Otro asunto es la relación que guardamos con el agua. No hemos ordenado el territorio con una visión de cuenca hidrográfica y seguimos despreciando las lecciones de la naturaleza, olvidando que los ríos son fuente de vida pero también de destrucción, normalizando la modificación en los cauces, ya sea para montar seductoras escenografías turísticas en la desembocadura del río Ameca, colocar bordos en el Cuale para edificar departamentos de lujo, o extraer por meses los mantos freáticos en la colonia Versalles, para que los promotores puedan instalar los cajones de estacionamientos requeridos por las normas urbanísticas.
Finalmente, ocurre con la habilitación de vivienda donde se privilegia la ocupación para los segmentos de alto ingreso económico en detrimento de los sectores con menores niveles. Lejos de impulsar mecanismos de compensación para balacear los desajustes, los poderosos acuerdan con extrema eficacia la captura de la plusvalía generada por la urbanización para ser mantenida por unas elites poco comprometidas por la igualdad o prosperidad comunitaria.
En los casos mencionados no aparece la innovación y más bien, es la reiteración de una mentalidad donde impera la “lógica” de la ganancia económica. Para lograr la inteligencia en la ciudad, no se requieren sofisticados programas de cómputo y ni es asunto exclusivo de la NASA. Involucra cambios en la forma de proceder y relacionarnos en el espacio urbano.
La sostenibilidad es el uso riguroso del sentido común, apunta Alejandro Aravena; eso, parece haberse extraviado hace largo tiempo porque estamos concentrados en seguir un modelo donde la acumulación económica es Su Majestad. Todos, algunos más que otros, estamos empeñados en mantener el estado de las cosas, aunque la historia nos insista que el final será trágico y desagradable.