Independencia plena
La ciudad imaginada /Dr. José Alfonso Baños Francia
La semana pasada conmemoramos el inicio de la gesta de independencia nacional. Han pasado 213 años desde que Miguel Hidalgo y sus correligionarios lanzaron el llamado para constituirnos como una nación libre y soberana. Atrás quedaban casi tres centurias de dominio español, pero permanecía la escasa cultura política y de prosperidad colectiva.
En todo este tiempo, hemos construido un modelo de gobierno para el desarrollo, pero ha permanecido la pugna y división entre los mexicanos. Conseguimos avanzar y consolidar algunas instituciones a nivel nacional, así como edificar un sentido patriótico y de identidad distintiva. Somos herederos de la rica tradición mesoamericana que se fortaleció con el pensamiento y prácticas europeas, pero también hemos dejado pasar oportunidades para consolidarnos.
Hoy, nuestro país pasa por momentos tensos. Uno de sus pesados lastres es la corrupción, concebida como un sistema que conviene a los poderosos en la esfera política y económica, pero que empobrece y compromete a gruesas capas de la población. No la desterramos porque es el aceite que mueve a la máquina de la producción y el consumo. La deshonestidad es un asunto que toleramos y promovemos, aunque huela mal y deje una estela de asuntos incumplidos.
Otra cuestión dolorosa es la violencia como forma de negociación de los asuntos públicos y privados. Y en México, por su vecindad con los Estados Unidos de América se ha expresado en la consolidación de poderosos carteles que trafican con drogas y todo lo que sea ilícito. Lejos de aplicar el peso de la ley, los responsables de administrarla han pactado con estos grupos para obtener un beneficio que hipoteca los sentimientos de la Nación y pone en entredicho nuestra viabilidad como pueblo.
Un obstáculo que nos ha acompañado durante la vida “independiente”, es la falta de respeto y aplicación de la ley y el marco jurídico. La Constitución es una narrativa de deseos de la patria esperada que casi nadie cumple, comenzando por aquellos que protestaron respetarla, desde el presidente de la República, los legisladores hasta el más humilde de los servidores públicos. De hecho, se premia a quien se porta mal y se castiga al que busca respetar las normas.
Y finalmente, pesa la profunda y casi eterna división entre mexicanos que favorece la perpetuación del poder en aquellos que han sacado provecho de que así suceda. En este país no debería haber etiquetas como “rico” y “pobre”, “prieto” y “güero” o “fifí” y “chairo”, sino la simple certeza de que todos somos mexicanos con pleno uso de nuestras obligaciones y derechos.
Para alcanzar la independencia plena, no aquella que creemos tener, hay que construir acuerdos y prácticas eficaces para el desarrollo y una prosperidad deseada que no llega. Es esencial desterrar el mal entrenamiento que hemos recibido y nos mantiene postrados ante un mundo que cambia con mucha rapidez y en donde algunas naciones nos llevan ventaja, ya que han sabido construir acuerdos que se materializan en bienestar para sus comunidades.