El valor de la crítica
Desde hace tiempo, la comunidad global parece dividirse en dos bandos: aquellos que cuestionan todo y otros que aspiran a censurar o evitar discutir temas espinosos. Parece que a unos les asiste la rabia y a los otros el miedo, aunque ambas posiciones nos alejan de la aspiración humana por alcanzar a la verdad. El acceso a la información acontecida en el planeta en tiempo real, ha provocado un incremento en la participación cívica, ya sea en formato presencial o virtual, particularmente en redes sociales.
En el caso de Puerto Vallarta, desde hace muchos años, algunas voces nos han venido alertando sobre la insostenibilidad del modelo de “desarrollo” local, basada en dos tendencias: 1) La ganancia económica es lo más importante; 2) El poder (político, económico, social) se usa para imponer a los demás la voluntad y de paso, engrandecer la cuenta bancaria de los participantes. En ambas acciones, podríamos añadir la expresión “a cualquier precio y sin medir las consecuencias”.
La paciente y dura realidad nos ha demostrado que este camino está lleno de espinas y no conduce a la prosperidad comunitaria. En el último mes, asistimos a dos hechos que deberían marcar el cambio de la ruta hasta ahora insostenible: el derrumbe en Amapas, motivado por el desenfreno constructivo e inmobiliario, así como a los estragos causados por las masivas corrientes en los ríos locales, en particular en el Cuale, al invadir con asentamientos al cauce original.
Es posible que ambas situaciones hubieran sido menos impactantes si los responsables de intervenir en ellas hubiesen atendido con humildad y pertinencia la lógica de la naturaleza. Pero en su lugar, se impuso el apetito voraz que resultó en decisiones dolorosas y hasta mortales.
Y como Puerto Vallarta vive del turismo, hay un miedo legendario por “hablar mal del destino”, considerándose una traición colocar temas difíciles o vergonzosos. Pero la experiencia demuestra que, a la larga, no atender estos asuntos es más dañino y que los resultados son más costosos que haber corregido el rumbo a tiempo.
También es cierto que, no todas las críticas son expuestas de la mejor manera ni aportando argumentos, imperando el linchamiento mediático en nuestro contexto, ya sea en los medios institucionales o en redes sociales. Pero a pesar de los excesos en que podría caer la discusión de los temas álgidos, es más sano mantener el derecho a compartir las ideas que aplicar censura, o lo que podría ser peor, la auto-censura.
Para robustecer el ejercicio crítico podemos adoptar dos decisiones: una, es respetar el valor de los individuos y sus derechos evitando caer en las descalificaciones personales; la segunda, es señalar las acciones o prácticas dañinas o potencialmente nocivas para la comunidad con la mayor objetividad posible. Así, en vez de decir que “X” funcionario o empresario es un ratero, podemos exponer la acción u omisión incurrida.
Bajo estas premisas, se fortalece la conformación de una masa crítica que dispone de criterios y herramientas que faciliten una mejor toma de decisiones comunitarias. Ello puede traducirse en una sociedad más informada y participativa, estimulando la madurez entre todos los sectores que nos permitan potenciar la inclusión, igualdad y prosperidad en un escenario de largo aliento.