El costo de los errores políticos
Hablemos en serio / Javier Orozco Alvarado / Ex rector de la Universidad de Guadalajara en Puerto Vallarta
Reza el refrán que “en política no hay casualidades”. Y es que una buena o mala decisión política, puede significar el triunfo o la derrota en cualquier proceso electoral para cualquier partido político.
En México hemos tenido innumerables ejemplos de derrotas electorales de partidos políticos y candidatos, que tienen que ver, no sólo con malas decisiones, sino también con la arrogancia y la soberbia de quienes en el principio o en el final asumen anticipadamente la victoria.
Seguramente, quienes vieron el ocaso del PRI recordarán que, por muchos años, fue un partido que tenía como método de selección de candidatos el famoso “dedazo”, el compadrazgo y el control oligárquico de las candidaturas; hasta que sus bases, sus militantes y simpatizantes se hartaron de la exclusión y la forma antidemocrática de hacer política.
Sin ir tan lejos, tenemos el ejemplo del PAN, que por prematura descomposición gobernó sólo dos sexenios, no sólo porque creían que durarían los casi ochenta años del PRI, sino porque sus huestes omitían el procedimiento democrático que tanto pregonaban para elegir a sus candidatos; son los casos de la desmedida ambición de Felipe Calderón para hacerse de la candidatura, de Ricardo Anaya y ahora el autoritarismo de su impresentable presidente Marco Cortés.
Hoy el partido Morena y sus aliados están plenamente seguros que ganarán la elección presidencial y las que se desprenden del proceso electoral 2024. Para asegurar un triunfo contundente han recurrido a la estrategia de sumar a todo aquel que, sin importar partido, trayectoria, reputación o militancia, quiera unirse al movimiento para construir el segundo piso de la transformación.
Tal es la obsesión de triunfo que han incorporado para los cargos a Senadores, Diputados y presidentes municipales a gente de los más variados colores; algunos en plena militancia partidista, otros en pleno ejercicio público o que recientemente concluyeron el encargo bajo las siglas del PRI, PAN o MC.
Este fenómeno ha generado a nivel de la militancia, los simpatizantes y la propia sociedad civil una reacción en cascada con marchas, podcast, redes y notas periodísticas que reflejan el descontento sobre la forma que se están tomando cupularmente las decisiones en casi todos los partidos. Pero, además, porque la gente votó para sacar al PRI y al PAN del gobierno, no para reinsertarlos políticamente al movimiento de regeneración nacional.
Aunque en teoría el gobierno cuenta con el respaldo de casi el 60 % de los hogares considerados pobres; la clase media, que representa alrededor del 38%, más 1.7% de ricos, pueden hacer la diferencia las próximas elecciones. Hay que reconocer que no todos los pobres votan y que el triunfo de Andrés Manuel en 2018 fue posible, gracias a que las clases medias salieron a votar por el cambio; lo que no hicieron en 2006 ni en 2012.
La militancia de Morena y sus aliados está muy lastimada; también ellos están empezando a emigrar al PAN, el PRI o al MC. La batalla final no está decidida, no es tiempo de echar las campanas al viento.