Dentro de la capital mexica
A mediados de julio de 1521, es decir, hace 500 años, los conquistadores españoles encabezados por Hernán Cortés habían vencido el cerco que los mexicas habían establecido por más de dos meses para defender Tenochtitlán. La estrategia se basaba en atacar por tres de las calzadas que unían el islote con tierra firme, referidas a Iztapalapa, Coyoacán y Tacuba, así como cortar los suministros para que la población local muriera de hambre y sed.
Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale, y en este caso la frase no pudo ser más cierta. En la vorágine del enfrentamiento armado y a pesar de dar muestras de insensibilidad en muchos frentes, Cortés sentía pena ante los daños infligidos a la capital mexica, cuya belleza y esplendor causaron honda impresión entre los peninsulares europeos. Quizá los indígenas presintieron que, de perder la batalla, caería con ellos toda la cultura mesoamericana que había dado sentido a los habitantes de estas tierras por miles de años. Este choque de trenes fue frontal, y el desenlace estaba por ocurrir en aquellos momentos.
Hacia junio de 1521, los españoles pensaron que vendría una segunda “noche triste” y que no alcanzarían la victoria, dado que los mexicas luchaban con mucho valor porque ningún enemigo había logrado penetrar tanto en su territorio y mucho menos en su capital. Además, comenzaba a escasear la pólvora, material indispensable para los cañones, que fueron un dispositivo crucial en la lucha armada. Esta carencia fue resuelta por la llegada de bastimentos desde Veracruz, así como por la acción de Francisco de Montaño, quien escaló al Popocatépetl para traer minerales con los cuales fabricar pólvora.
El 17 de julio de 1521, Pedro de Alvarado, uno de los capitanes de mayor confianza de Hernán Cortés y conocido por su dureza, capturó la plaza de Tlatelolco, que era un elemento estratégico dada su condición comercial al operar como una ciudad gemela de Tenochtitlán. Para entonces, casi el 80% de la capital mexica ya estaba ocupado por las tropas europeas.
Para ir cerrando la pinza de guerra, el 22 de julio de 1521, Hernán Cortés y Gonzalo de Sandoval orquestaron una emboscada espectacular para forzar la rendición de los defensores encabezados por el joven tlatoani Cuauhtémoc. El esfuerzo tuvo un resultado limitado, pero permitió ganar posiciones dentro del islote. Para entonces, la población sufría los estragos de la hambruna y la carencia de agua potable para beber.
Una de las diferencias en este enfrentamiento fue la técnica de lucha entre ambos grupos; para los mexicas consistía en herir y capturar, nunca matar, mientras que, en lado español, la muerte era el recurso. De hecho, a Hernán Cortés pudieron haberlo flechado en cualquier momento, pero ello era inconcebible en el imaginario mesoamericano. Durante el proceso de conquista, en más de dos ocasiones estuvieron a punto de capturar a Cortés, a quien los mexicas querían vivo para ofrecerlo en sacrificio a los dioses en el Templo Mayor, algo que nunca ocurrió.
De haber sucedido una muerte prematura del conquistador español, el curso de la conquista hubiera sido otro, pero esa posibilidad solo cabe en el recurso de la fantasía.