Cuidar la vida
La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia
La región de la bahía de Banderas se distingue por la belleza y diversidad de su entorno natural distribuida en tres unidades principales: la serranía, el valle y el litoral. Esta combinación de atractivos sostiene a la actividad turística, motor económico que mantiene una constante expansión.
El establecimiento de prácticas recreativas en su modalidad masiva pone en entredicho al patrimonio natural pero también a los valores que dan sentido a la comunidad, aspecto que se ha exacerbado en los últimos años, en particular tras el periodo de la pandemia del Covid-19.
Basta con observar una serie de construcciones en la montaña en el municipio vallartense para darse cuenta del grado de afectación a los ecosistemas originales. Dichos emprendimientos no pueden tener licencia de edificación dado que están etiquetados como “no urbanizables” en el Programa Municipal de Desarrollo Urbano, debido a su valor ambiental y rugosidad topográfica, sin embargo, cada día aparecen nuevos inmuebles en la zona.
El estero El Salado tiene un esquema de protección bajo la figura de área natural estatal, pero está siendo estrangulado por la masiva urbanización en los fraccionamientos de su microcuenca. Este reducto confiere servicios ambientales que no pueden ser sustituidos por elementos artificiales.
Por lo que se refiere a la cobertura vegetal, es frecuente observar la tala de árboles valiosos como sucedió con una parota legendaria que se encontraba en un predio en la calle Palm Spings de la colonia Versalles, la cual aparentemente constituía un estorbo para la comercialización o usufructo.
Al revisar la gestión marina, también se asiste a una degradación constante que pone en riesgo a la diversidad de especies en ese ambiente acuático. Las prácticas extractivas vinculadas al turismo dejan una estela de afectaciones que hemos normalizado bajo el pretexto de la inversión y promoción turística.
Las autoridades “responsables” de la salvaguarda ambiental en los tres niveles de gobierno han dejado una deuda enorme en la gestión natural. Salvo honrosas excepciones, quién toma las decisiones vela por sus intereses, muchos de ellos traducidos en corrupción y componendas.
Lo que sostiene a las prácticas insostenibles es la mentalidad extendida de obtener ventaja de los bienes territoriales, lucrar con el patrimonio y hacer caso omiso a la lógica del medio ambiente. Ante ello, vale recuperar la esencia y valor de nuestra casa común, apostando por el cuidado de la vida como una filosofía personal y comunitaria que trascienda la mezquindad que parece haber sentado sus reales.
La salvaguarda ambiental es una apuesta ante un futuro en tensión a escala planetaria que se debate entre las amenazas del cambio climático, desigualdad y conflictos, potenciales bombas de tiempo que, de no ser atendidas, detonarán frente a nosotros. Una agenda de protección a la vida es vital para la supervivencia de nuestra civilización tal y como la entendemos.