Contemplación
Utopía Vainilla
Ella contempla un cuadro.
Ella siente cada detalle de aquellas formas imperfectas y, la habitación se envuelve en un orgasmo perfecto.
Ella observa cada instante que pasa en el vaivén del tiempo.
Ella nota las pinceladas de las curvas y la sombra bajo aquellos ojos.
Ella percibe los trazos del cabello húmedo, las gotas de lluvia que caen sobre esos hombros y los colores de los pechos de una mujer después de tener hijos.
Ella sabe que la mujer del cuadro es bonita, proveedora de amor y vida. Ella se imagina un atardecer desde una nube, igual a aquella sonrisa que le regala la mujer del lienzo.
Sin bajar la vista y haciendo un esfuerzo por no pestañar, ella mira lo invisible de aquella mujer: Estrella de mañana y sol de noche. Contradictoria y llena de pensamientos. Todo lo dice en su mirada. Laberintos de vidas pasadas. Fuerte como metal, no se derrite tan fácil. Está cuajada de anhelos y sueños. Ojos que vibran sin pestañear y hablan otro idioma que no existe.
¿Dónde estoy yo? – Se pregunta.
Sigo aquí. – se contenta a sí misma.
Ella calcula que el cuadro mide dos metros de largo por un metro de ancho. Ella seduce a la pintura y acepta que el brillo se compara con las pinturas de Gustav Klimt y con el surrealismo de Gervasio Gallardo. El lienzo está empotrado a la pared, tiene un marco de madera opaco y se encuentra en una pequeña habitación llena de vapor del ferrocarril de Monet.
Ella sigue observando con cautela: Carnaval de colores en su aura, remitente de un alma con dirección directa al ocaso. Está desnuda. Su ombligo es su tercer ojo, justo a la mitad como su tiempo de vida. Ombligo que respira notas de lavanda y melocotón.
Es un cuadro con aroma orgánico que contagia al vacío y lo envuelve de religión: Caricias de mujer que deleitan los sentidos. Sus labios emanan suspiros a los tulipanes que se dibujan en el aire. Es una obra con expresionismo dimensional. Su magia se expande por todo el pequeño salón.
Ella está sola. Sólo la acompaña su espíritu y el cuerpo prestado que se refleja en el lienzo. Se acepta tal como fue creada. Su reflejo le da pistas de quién es. Está llena de vida, su corazón late y su cuerpo se estremece. Un cuadro perfecto. Ella es aquella mujer que está en la pintura, justo en el espejo de su baño. El espejo es su lienzo.
Mojada de los pies a la cabeza. Piel de coral con poca espuma de jabón. Cabello enredado y empapado. El piso está frío, pero ella se siente bien al estar desnuda frente a sí misma.
El pintor es su padre, que dicen, vive en el cielo.
Sabe que algún día estará con Él y, podrá agradecerle los trazos que la pintaron con un pincel fino, dorado y hecho de polvo de estrellas.