Con motivo del Día del Hombre
Medicina Familiar / Marco Antonio Inda Caro / Médico de Familia
La vida no se acaba hasta que se acaba.
Historias como esta hay muchas: relatos donde los sentimientos se imponen, sobresaliendo sobre la vanidad, el orgullo y la virilidad.
Lo conocí postrado en un camastro, arrinconado como un objeto olvidado. Su voz era débil, su piel mostraba un tono ictérico (amarillo). Era diabético desde hacía más de 10 años, no tomaba medicamentos y, de repente, comenzó a hincharse, iniciando en los pies y tobillos hasta alcanzar las pantorrillas. Todo esto se sumaba a una debilidad generalizada.
Me contó que, en sus años de juventud, subía y bajaba el cerro cargando una bomba de fumigar de 20 litros sin dificultad. Entre sus penas, culpaba a su esposa de su condición actual, enfermo y molesto.
—¿Cuándo se convierte tu esposa en tu enemiga? —me dijo—. Yo tuve muchas mujeres. Así, pobre y feo como soy, nunca me faltaron. Hay que saberles hablar, mirándolas a los ojos, haciéndoles sentir que te importa lo que les pasa, que estás dispuesto a ayudarlas. Así se enamoran cuando el dinero escasea. ¿Cuántas mujeres tienen dinero y se sienten solas? ¿Cuántas tienen poder y duermen solas? La mayoría dice que es porque así quieren, pero es mentira. En algún momento de su vida fueron queridas por un hombre, pero el orgullo y la vanidad siempre resaltan.
Esa vez me contó su historia.
—Tuve tres esposas, y con todas tuve hijos. A la primera me la quitaron sus padres porque decían que yo no servía para nada. La segunda murió. Con la última tengo dos hijos. Yo quiero mucho a mi madre y a mis hermanas, pero esta mujer no me quiere. Me trata mal, siempre está enojada. ¿Por qué? Mire, doctor, a mis 65 años, hace tres años todavía tuve un “querer”.
Una vez fui a fumigar una casa y conocí a una muchacha de 25 años que estaba llorando. El padre de su hijo no le daba para comer. Yo no llevaba mucho dinero, pero lo poco que tenía se lo di, y regresé a pie desde donde estaba; caminé más de tres horas. Al día siguiente volví para terminar el trabajo, y platicamos. Un día salimos por unas cervezas y, desde esa ocasión, tuvimos relaciones. Yo ya estaba enfermo, pero así me quiso. No se olvida. No era tan bonita, pero la diferencia de edad era muy marcada.
Todo eso pasó porque mi esposa me rechazaba. Me reclamaba haber tenido dos mujeres antes que ella. Por las mañanas tenía erecciones matutinas, algo que para mí significaba buena salud. Se lo hacía saber, pero ella siempre estaba enojada y no quería nada conmigo. En cambio, esta muchacha sí me quiso. Me lo demostró. Así, viejo y feo, estuvo conmigo dos años, hasta que caí en esta cama de la que ya no puedo levantarme.
Los problemas sexuales en la tercera edad pueden incluir impotencia, aunque no en todos los casos. Sin embargo, cuando se suma una diabetes mal controlada, la sexualidad se deteriora aún más, provocando ansiedad e incluso depresión por la falta de virilidad.