Calidad de las instituciones
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
El Premio Nobel de Economía de este año fue concedido a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, destacados investigadores estadounidenses quienes se han enfocado en explorar la naturaleza de la prosperidad en las naciones, sugiriendo que la calidad de las instituciones guarda una relación directa con el progreso social.
Los autores exponen que las sociedades con altos niveles de bienestar (como las escandinavas, japonesa, europeas o estadounidense) han modelado instituciones “inclusivas” mientras que otras parecen condenadas a la pobreza y explotación, refiriéndose a los países africanos, latinoamericanos o del sur de Asia quienes implementaron prácticas “extractivas”.
Desde este enfoque, la prosperidad se alcanza mediante la construcción de acuerdos donde los participantes se benefician del desarrollo. Así, su efectividad no depende de causas raciales, religiosas o históricas, sino que resultan en acuerdos que alientan construcciones sociales positivas.
Las instituciones “inclusivas” favorecen la articulación entre actores mediante un trabajo disciplinado y sostenido, recalcando la generación de incentivos para la creación, respeto por la ley, conservación de los derechos de propiedad, tolerancia a los derechos políticos y libertad para la participación comunitaria en un ambiente de estabilidad y equilibrio. Además, la lucha por el poder político suele ser más equilibrada dado que el interés de los participantes no se enfoca en la acumulación económica individual prevaleciendo un deseo por movilizar el talento y otorgando libertad a los mercados para que los consumidores decidan en función de sus necesidades o intereses. También se recurre a la “destrucción creativa” mediante la reformulación innovadora de prácticas y modelos, traducida en acciones como la creación de tecnología de punta gracias a los altos niveles de educación formal.
En contraposición, las instituciones “extractivas” no abonan al trabajo colaborativo, pero se impone la corrupción (que es práctica cotidiana y constante), acentuando la extracción de la renta en todas sus formas, prevaleciendo el poco o nulo interés por innovar y siendo usual el quebranto a las normas acordadas. Por lo que respecta a los actos de gobierno, las decisiones son ejercidas por una reducida élite que busca su propio beneficio. Destaca la escasez de derechos políticos, sancionándose a quien piensa o se expresa diferente y conduciendo a una débil participación ciudadana donde casi todos los países tuvieron durante su proceso histórico hubo algún periodo de colonización. Finalmente, tampoco hay “destrucción creativa”, solo destrucción.
Si miramos la realidad mexicana, encontramos que todos los gobiernos posrevolucionarios y el actual, han favorecido la creación de instituciones “extractivas”. Por lo que respecta a Puerto Vallarta y su región, el sueño del progreso material sugerido por el turismo, ha exacerbado prácticas perjudiciales que tienen consecuencias territoriales, sociales y ambientales. Ante este escenario, bien nos vendría modelar un nuevo contrato social que tenga como objetivo la prosperidad sostenida apoyada en instituciones incluyentes y de calidad.