Nadie quiere perder
Hemos cumplido casi dos años desde la declaratoria de pandemia a causa del virus del Covid-19. Lo más lamentable es la estela de decesos y enfermedades con millones de afectados a escala global y nacional, pero también vale recordar la urgencia por adaptarnos a las rápidas transformaciones, como ocurrió con el distanciamiento social, confinamiento y trabajo a distancia. El profundo impacto sanitario ofrecía oportunidades para modificar hábitos que han hecho mella en el planeta y que se han vuelto insostenibles como sucede con el cambio climático.
Una de las posibles razones del severo daño ambiental es el predominio de un “paradigma del progreso”, donde la economía es elevada como el principal bien a obtener en el concierto mundial, restando jerarquía a la dimensión social y natural. Esta forma de concebir a la civilización se fue consolidando a partir de la Revolución Industrial, cuando la modificación en los medios de producción favoreció la acelerada reproducción del capital, y el paulatino retiro del Estado o las instituciones públicas que solían balancear los desajustes del sistema.
Ello se tradujo en la normalización de prácticas abusivas para incrementar las ganancias financieras a la mayor velocidad posible, con el esfuerzo mínimo y sin consideraciones éticas o legales. Las consecuencias han acrecentado la brecha de la desigualdad, la pobreza y la violencia, configurando una cultura del “descarte”, materializada en los millones de migrantes que tienen que abandonar sus comunidades para alcanzar los niveles de bienestar básicos para una vida digna.
Da la impresión de que la sugerencia aportada por la pandemia para llevar a cabo transformaciones importantes en la arquitectura institucional de la humanidad, no fue tomada en cuenta y ha sido olvidada rápidamente. El entrenamiento recibido para concentrarnos principalmente en el tema económico, ha resultado en una avidez inusitada por rescatar el tiempo “perdido”. Así, desde las etapas iniciales se insistió en la “recuperación económica”, aspecto que es importante, pero ha sido aprovechado como pretexto ideológico para volver a echar a andar la maquinaria de la extracción productiva.
El sector turístico no ha escapado a esta tentación por volver al estado de las cosas anterior al año 2020 al ser uno de los más afectados en los últimos meses, y cuyo “secreto” tiene una fuerte relación con aprovechar las bondades naturales, culturales o sociales. Los sectores que lo componen como la hotelería y gastronomía, cerraron por muchos meses causando complicaciones a las finanzas de las empresas que dan trabajo a mucha gente.
Otros segmentos, como el inmobiliario, lograron resistir con cierto aplomo, pero se mantuvo el esquema de abuso mediante la modificación discrecional a la normativa urbanística, al menos en el caso vallartense, a pesar de que se aseguró que no volvería a acontecer con la aprobación de nuevos planes a partir del 2021.
Quizá nos vendría bien aprender a “perder”, dejar de depositar tanta confianza en la seguridad monetaria, y alentar la consecución de otras realidades como la honestidad, transparencia y moderación en todas las esferas de convivencia. Hemos estresado por demasiado tiempo a nuestra casa común y las relaciones sociales están fragmentadas, pero nunca es tarde para promover habilidades que nos permitan alcanzar una vida digna, justa y solidaria.