Caminar como práctica estética

La Ciudad Imaginada Por: Dr. José Alfonso Baños Francia

Andar es el acto más natural de la conducta humana, facultad alcanzada desde los primeros años de nuestra existencia. Utilizar las extremidades inferiores significó un grado de especialización importante en el proceso evolutivo del homo sapiens colaborando para la subsistencia y ulterior desarrollo comunitario.

Vale recordar que, en la época de la glaciación, los hombres tenían que cazar animales como bisontes, venados o mamuts para sobrevivir. Con la adopción de la agricultura como principal forma de abastecimiento, se recurrió a las andanzas motrices para cultivar y cosechar la tierra, así como alentar el comercio entre las diferentes poblaciones.

Muchas sociedades antiguas fueron nómadas e importantes sucesos quedaron inscritos en ello; una de las más famosas narra que Moisés guio al pueblo de Israel en su salida de Egipto durante 40 años por el desierto hasta la Tierra Prometida, y pasó 40 días de oración en el monte Sinaí antes de recibir las Tablas de la Ley o Mandamientos.

El acto de andar implica una transformación de los lugares transitados, dotándolos de significados y percepciones. Esto nos remite a los trashumantes antiguos quienes colocaban elementos de referencia para no perderse, establecer límites o como referentes simbólicos. Uno de estos primeros objetos fue el menhir, piedra monolítica que se instalaba en forma vertical contrastando con la línea del horizonte; la elevación estableció una huella humana de transformación física del paisaje, inaugurando un novedoso sistema de relaciones con el contexto circundante.

Posteriormente, surgió una alineación rítmica de varios menhires que integran el crómlech, mediante la colocación de muchos menhires como se aprecia en Stonehenge, erigido entre el final del Neolítico y principios de la Edad del Bronce, localizado en lo que hoy es Inglaterra. En ese caso, aparecen cuatro circunferencias concéntricas de carácter eminentemente ritual.

El desplazamiento por motivos religiosos también fue frecuente en la antigüedad a partir de viajes de peregrinación a sitios considerados como sagrados. En la tradición cristiana, María y José emprendieron una senda plagada de aventuras previo al nacimiento de Jesús y en un pasaje de la Biblia, se cuenta de la pérdida de éste durante una procesión a Jerusalén en su pubertad.

Actualmente, convivimos con otras formas de desplazamiento que nos facilitan alcanzar grandes distancias, como el automóvil o el avión. Quizá hemos ido perdiendo el interés por las caminatas al estar presionados por las exigencias de la inmediatez y la prisa que caracterizan a la civilización contemporánea.

Pero aún en estos tiempos acelerados, caminar puede constituir una alternativa cotidiana con múltiples beneficios; a escala personal es saludable mientras que en la dimensión comunitaria colabora con la sostenibilidad, aliviando la huella ambiental que desplegamos y se materializa en el cambio climático y otras tensiones.

Ello es estimulante en una región como la nuestra donde aún disponemos de atractivos que alientan mover las piernas y nos remiten a la belleza esencial de las pequeñas cosas.