Sin tocar fondo
En lo que va del año han sido asesinados tres periodistas en México: Margarito Martínez, José Luis Gamboa y Lourdes Maldonado. Con su vida se han ido seres humanos comprometidos con su profesión, con el deber de informar y acercarse a la verdad, algo muy complicado en esta sociedad digital y tecnológica.
Nuestro país es el país más peligroso del planeta para ejercer la práctica periodística y para la defensa de los bienes comunes. De acuerdo al reporte anual de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en 2021, México se convirtió por tercer año consecutivo en el país con más periodistas asesinados, con un total de siete. Muchos líderes comunitarios que se oponen a la destrucción de la naturaleza o los ecosistemas con los que conviven han corrido una suerte similar.
De Lourdes Maldonado vale recordar que había hecho públicas las amenazas contra su vida y contaba con el apoyo del Programa de Protección para Periodistas de Baja California. El supuesto apoyo no impidió que se interrumpiera su existencia en Tijuana, el pasado 23 de enero.
La violencia y los asesinatos no paran ni dejarán de hacerlo si la corrupción e impunidad siguen modelando la vida social, política y económica de nuestra nación. Y es que cuesta trabajo creer que las instituciones nacionales sean incapaces de contener y desinflar la espiral delictiva en la que estamos atrapados. En muchas ocasiones, las fuerzas del “orden” son quienes delinquen o facilitan los negocios turbios, aunado a que la sociedad parece acostumbrada (o resignada) al estado de cosas y a la primacía del crimen en la vida cotidiana.
Para agregar más combustible al fuego, unas semanas atrás se supo que el cuerpo de un bebé había sido encontrado en un contenedor de basura en el interior de la cárcel en Puebla. Al enterarse la familia del niño, procedieron a denunciar que había fallecido a los tres meses por complicaciones de salud en un hospital de la Ciudad de México. Se llamaba Tadeo.
Manos desalmadas lo extrajeron de un cementerio en la capital del país para ingresar su cadáver en esa prisión poblana, a 140 kilómetros de donde vivían sus padres, motivados por asuntos que no han quedado claros, pero esparciéndose la sospecha de que había sido empleado para ingresar drogas a dicho centro penitenciario.
Un acto de esta naturaleza debió haber despertado la indignación general y motivado que el Estado mexicano en su conjunto aclarara y encontrara a los responsables de este artero crimen. Pero lejos de ello, los familiares han recibido amenazas para que permanezcan en silencio y no continúen con las indagatorias.
Todo parece indicar que no hemos tocado fondo y quizá nunca lo hagamos como sociedad mexicana. ¿Qué deberá de pasar para que despertemos y cambiemos las prácticas dañinas que están minando la esperanza en este país…?
Lo sucedido con los periodistas acribillados y el niño Tadeo nos interpela para transformarnos, tanto en actitudes como en acciones a pesar del desinterés o miedo que parecen privar. Y seguir exigiendo a las autoridades el cumplimiento de las normas para la convivencia social, que es uno de los deberes básicos de cualquier Estado democrático y eficaz.