Umbrío y tan lleno de luz
Utopía Vainilla
El otro día me encontraba sola, en mi pequeño jardín, dentro de un bellísimo atardecer. El viento danzaba cálido, los colibríes revoloteaban junto a mí con piruetas circenses y los árboles me miraban como si trataran de averiguar el color de mi aura.
Me recosté en la hierba, recién había llovido, el aroma a mojado me hipnotizaba; la tierra húmeda enfriaba mis ganas y el sol multicolor se vaciaba en mí.
Era un instante perfecto hasta que un cuervo umbrío se posó en mis rodillas. Me quedé inmovilizada, era enorme, pensé en Allan Poe y creo que hasta le pedí ayuda con la fuerza de mi mente. Obviamente Poe no apareció, pero lo extraño fue que mis ojos se sincronizaron con los ojos del cuervo.
¡Esa mirada! Ojos ámbar, un universo viviendo dentro de dos pupilas, galaxias sin humanos, libertad exorbitante; paz.
Un viento denso revoloteó mi cabello y al cuervo también. Me incorporé bruscamente y busqué su vuelo en todas partes hasta donde mi vista me lo permitió. Forcé mis ojos al máximo tratando de llegar más allá de la utopía, no encontré al ave, había desaparecido.
Una pluma de cuervo estaba tendida sutilmente en el jardín. La tomé en mis manos y la examiné a detalle. Juro por mi vida que hasta sentí su ADN, su vibración, su energía; era una pluma perfecta y de cuento de hadas.
Guardé la pluma dentro del libro que llevaba conmigo y me dirigí adentro de la casa, en específico a la cocina. No dejaba de pensar en esos ojos tan llenos de destino.
Preparé una taza de té con lavanda, tal vez mi cabeza se calmaría un poco dejando tan grande disparate. Me pellizqué por si las dudas, seguro estaba dentro de un sueño; parecía niña pequeña burlándome de mí misma.
De pronto, mi ansiedad circuló por todas mis venas, no estaba soñando, era real.
Salí corriendo despavorida al jardín buscando al cuervo negro, a mi cuervo, a mi ángel anochecido.
Lo busqué de nuevo en lo alto, después a nivel de piso, en el farol de la esquina, en las hojas de los árboles y en mi vientre.
Un escalofrío me paralizó de nuevo, ahí estaba de nuevo él, mi hermoso cuervo; lo sentía tan mío.
Esta vez no sentí miedo, sentí una enorme necesidad de él. Estaba parado pasivo, magistral; a un metro de mí sobre la barda que partía mi casa y la calle.
Me acerqué lento a él, juro que ni siquiera parpadeé. Extendí mi brazo derecho y temblando un poco lo acaricié suave en la cabeza. Mi mano amorosa pasó por un costado de su cara, toqué su pico y bajé aún más hasta su pecho para detenerme en sus alas.
Él extendió sus alas y sentí cada milímetro de sus plumas, su universo infinito pero finito para mí. Lo vi todo: el misterio. El misterio me fue revelado en un instante.
Me llené de magia, de luz; mis pies se despegaron del piso y mis alas transparentes se volvieron visibles abriéndose con gran gozo.
Ahora vuelo con él…
Cucus
Utopía Vainilla