Para Autodidactas
Aventuras de un pintor
Hace muchos años, una rica señora de la Ciudad de México me compró un cuadro sin chistar por el precio, que para mi corta carrera de artista, resultaba alto. Durante la plática que siguió a la compra fantaseaba yo con estar ya en camino a convertirme en un famoso pintor. La señora amablemente me comenzó a relatar de sus experiencias como aficionada a la pintura: ella había estado en escuela de monjas y una vez a la semana tenía taller de arte y bla, bla, bla, siguió hablando largo como hacen a veces las señoras hasta que comencé a aburrirme.
No pensé que nada de lo que decía pudiera ser importante, mas bien creía que como gran pintor estaba yo perdiendo mi tiempo. Tuve paciencia sólo por educación y porque me había comprado el cuadro, pero buscaba la manera de zafarme.
Cuando la señora empezó a darme pormenores de las clases de pintura que había tomado, hubo de pronto algo que capturó mi atención y que después me sirvió para toda la vida. Mencionó que tras después de pintar, las monjitas les hacían limpiar sus pinceles con jabón, de ésos que vienen en grandes pastillas amarillas con las que se lava la ropa. Explicó que le hacían girar y girar el pincel hasta que la espuma apareciera completamente blanca. Por aquél entonces yo limpiaba mis pinceles con aguarrás, suponiendo que era la única manera. Los olores del solvente, su costo y las complicaciones de almacenarlo y depués la molestia de deshacerme de él sin contaminar, con frecuencia me desanimaban de pintar al óleo.
Lo que pude aprender de la plática con mi amable compradora de arte fue de invaluable utilidad a través de mi vida como artista autodidacta. Desde entonces entendí que, si de verdad quería aprender, tenía que estar atento a todo, pues no sabía en qué momento surgiría algún conocimiento para incorporar a mi acervo.
A través de las décadas que siguieron a mi repentino encuentro con el jabón como tensoactivo que corta los aceites de los colorantes al óleo y deja el pelo de los pinceles suave y limpio, he tenido presente la gran diferencia que un pequeño consejo, una sencilla lección, puede tener a través de la vida.
Estoy seguro que yo no hubiera pintado tantos cuadros al óleo sin haber escuchado a aquella señora que, por instantes, vanamente pensé que no tendría nada para enseñarme. Tal vez hubiera pintado sólo acuarela o hecho sólo dibujos, o tal vez me hubiera desanimado del todo por la irritación que algunos solventes me provocan ahora. Con este recuerdo presente, me esmero ahora por cultivar la humildad que como autodidacta conviene ejercitar con todas las personas.
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