¿Sabes si tienes sed de espiritualidad?
Aprendiendo a ser feliz / Hania Sosa / Psicóloga
Actualmente, de entre los libros que estoy leyendo, se encuentra el de “La auténtica felicidad” escrito por el Dr. Martin E. P. Seligman; y, aunque realmente llevo poca lectura, ya ha estado dejándome reflexiones importantes que quiero compartir y que se relacionan incluso con temáticas que en las últimas semanas he abordado con varios de mis pacientes.
Una de las temáticas al respecto, es lo concerniente a las consecuencias del hecho de que las generaciones más jóvenes han estado creciendo con una cantidad mayor de estímulos que generan sensaciones placenteras, particularmente la que estimulan en sus cerebros la producción de un neurotransmisor llamado <dopamina>. La dopamina es conocida como “la hormona del placer”, y hoy en día tenemos muchas personas que se han ido haciendo “adictas” a realizar conductas que estimulen la producción de este neurotransmisor; pero no pienses que son actividades salidas de “lo normal”. En realidad, son actividades tan comunes y corrientes como ver videos en internet, practicar sexo sin amor, ir de compras y jugar videojuegos, entre otras.
Pues bien, resulta que muchos adultos jóvenes de hoy (aquellos que rondan en los 30s) están pasando por crisis emocionales y existenciales importantes debido a que durante las últimas dos décadas de sus vidas (por lo menos), pasaron gran parte de su tiempo realizando actividades en busca del placer inmediato o la gratificación inmediata; y, aunque en su momento parecía que estaban viviendo una vida maravillosa, ya llegaron al punto de percibir un vacío que no han podido llenar con esos placeres momentáneos (sobre el tema en específico te recomiendo también el libro “Generación dopamina” de la Dra. Anne Lembke).
Estos jóvenes, cansados de sentir un vacío (algunos jóvenes incluso me han llegado a decir que entran a las redes sociales y descubren que ya no encuentran contenido nuevo), empiezan por experimentar sentimientos de tristeza que posteriormente se convierten en depresión.
Así lo explica el Dr. Seligman en su libro: “La idea de que podemos recurrir a tales fórmulas para obtener felicidad, alegría, consuelo y éxtasis, en vez de obtener derecho a dichos sentimientos gracias al ejercicio de nuestras fortalezas y virtudes personales, hace que exista un buen número de personas que, rodeadas de grandes riquezas, padecen una sed de espiritualidad.”
El asunto interesante es que es una sed que ni siquiera son conscientes que tienen, seguramente porque nunca (o muy pocas veces) han tenido acercamiento a experiencias de tinte espiritual (sin meternos a hablar de ninguna religión en específico).
Las generaciones de adultos jóvenes han crecido en un mundo (al menos en occidente y particularmente en México) que se ha ido relajando con respecto a las cuestiones religiosas y morales. Si bien en cada generación se han visto diferencias en estos temas con respecto a las generaciones anteriores, no podemos negar que, a raíz del sencillo acceso a la información gracias a las tecnologías, esta apertura y estos cambios en las formas de pensar y de comportarse se han acelerado a la máxima potencia. Entonces nos encontramos con niños y adolescentes creciendo con padres que rechazan los dogmas religiosos y eligieron dejar a sus hijos libres de estos temas, pero que por otro lado tampoco se conectaron ni los conectaron con ningún elemento espiritual (no religioso), resultando en familias vacías, conectadas única o principalmente con el trabajo, las experiencias placenteras y con los aparatos.
¿Cuál es el camino de salida? La salida, por simple que se lea, siempre va a ser encontrar el balance.
No se trata de satanizar la modernidad ni a las tecnologías, tampoco se trata de vivir sin trabajar (aunque suena muy atractivo). Se trata de que balanceemos nuestro tiempo y nuestras actividades entre aquellas que son necesarias (como el trabajo, tal vez), aquellas que son placenteras y aquellas que nos signifiquen ejercitar nuestras fortalezas y virtudes personales; y para llevar esto a cabo, se requiere dejar un momento de lado lo que es únicamente para nosotros (como el trabajo y las actividades placenteras) e incluir en nuestra rutina semanal, quincenal o mensual (por lo menos) experiencias que nos permitan practicar la bondad, el altruismo y la filantropía.
Dar más que recibir para que podamos vivir también como lo dice Seligman: “Cuando el bienestar procede del empleo de nuestras fortalezas y virtudes, nuestras vidas quedan imbuidas de autenticidad”.