Hay que educar a los niños para no castigar a los hombres

Consejos de una bisabuelita moderna

A la hora del descanso, los jóvenes de secundaria se reunieron en el lugar de siempre, mientras sus maestros los vigilaban desde lejos.

El joven sin cabello comentó:

—Me siento muy triste al enterarme de que, a un vecino, a quien sus padres siempre consentían y le daban todo lo que quería, al cumplir su mayoría de edad… ¡lo metieron a la cárcel porque lo atraparon robando en una gran tienda!

El gracioso dijo:

—¡Qué maravilloso regalo obtuvo por hacerse hombre! Ja, ja, ja…

El joven sin cabello, molesto, le respondió:

—Si vieras la angustia de sus padres… ¡jamás te reirías!

La hermosa chica preguntó:

—¿Por qué robaba si sus padres le daban todo?

El gracioso expresó:

—Precisamente porque, como lo obtenía todo, le encantaba sentirse lo máximo cada vez que tomaba algo ajeno sin ser descubierto.

El joven sin cabello contestó:

—¡Tienes toda la razón!

E interrumpiendo, el gracioso, orgulloso, expresó:

—¡Difícilmente me equivoco, mi mente es fabulosa! Ja, ja, ja…

La hermosa joven, enojada, le dijo:

—¡Ya cállate, por favor, para saber qué pasó!

El joven sin cabello continuó:

—Es cierto lo que dices. Me enteré de que cuando mi vecino tenía cuatro años, sus padres tenían prisa y él les pidió una manzana. Como no se la compraron, al pasar por una tienda, el niño tomó una y se la metió en el bolsillo. Al llegar a su casa, su padre lo vio y se atacó de risa cuando lo vio comiéndola. Al escuchar tantas risas, la madre, al enterarse del porqué… ¡comenzó a reír también!

La hermosa joven comentó:

—Eso estuvo muy mal, ya que en ese momento debieron haberlo regañado, hacer que devolviera la manzana a la tienda y pagarla con sus ahorros.

El gracioso dijo, avergonzado:

—Recuerdo que un día me pasó algo similar, pero no fue una manzana, sino un pequeño dulce que tomé de una tienda. ¡Jamás lo olvidaré! Porque frente a todos, mi padre me dio una fuerte nalgada… y eso que jamás me había pegado. Me dijo muy enojado: “Eso es robar, y no pienso tener un ladrón en mi hogar. Te prestaré dinero, pero cuando llegues a casa, tendrás que romper tu cochinito para pagarlo”. Con los ojos llenos de lágrimas, le pedí perdón a la vendedora y a todos los que me vieron, y también a mi mamá, que tenía los ojos llenos de lágrimas… Pero eso me sirvió, porque se me quitaron las ganas de tomar cosas ajenas.

El joven sin cabello, avergonzado, también dijo:

—Perdona, amigo, a veces me enojo por nada.

Todos se quedaron en silencio, pensativos.

El gracioso añadió:

—Perdonen todos, pero no me puedo quedar callado, porque siempre pienso cosas graciosas cuando sucede una tragedia. Mi abuelito, que tenía un carácter maravilloso, siempre decía: “Al mal tiempo, ¡buena cara!”.

Para mi Grupo Canica:

Cariñosamente,

Su bisabuelita Ana I.