El bienestar animal de los invertebrados
ConCiencia Animal / MVZ Carlos Arturo Martínez Jiménez
Parte 3
En esta tercera y última parte sobre el bienestar animal de los invertebrados, vamos a analizar a la primicia que hizo que me pusiera como lo loco a buscar artículos científicos para platicarlo, casi igualando la obsesión de los activistas pro-animal por adoctrinar sin un sustento fehaciente el gran cuestionamiento sobre si sienten o no dolor las langostas al cocinarlas.
Entre dilemas éticos, opiniones divididas entre la comunidad científica y activistas de los derechos de los animales, la Escuela de Veterinaria y Ciencia de Oslo a petición del gobierno noruego, llegó a la conclusión de que los animales como la langosta, el cangrejo, o los gusanos no perciben el dolor, o al menos no como los seres humanos, esto es que, sí deben sentir algo, pero no precisamente doloroso.
La Universidad británica de Aberdeen expuso que los cangrejos y las langostas poseen sólo 100.000 neuronas comparadas con los 100.000 millones que tienen algunos vertebrados, por lo que esto los capacita para sentir estímulos, pero no hay evidencias de que puedan sufrir dolor. Y finalmente el sitio web del Parlamento de Canadá contiene un interesante y numeroso sumario de estudios científicos
acerca del tema, y concluye que, aunque no es posible conocer la experiencia subjetiva de otro animal con certeza, el resultado de las pruebas sugiere que la mayoría de los invertebrados no siente dolor.
Si consideramos el concepto de dolor, como “la respuesta emocional y subjetiva lo que se considera importante” y no “la activación de sensores de dolor en el cuerpo”, solo los animales que pueden experimentar emociones como miedo, ansiedad, angustia y terror pueden sentir lo que nosotros entendemos por dolor, esto es la causa de la falta del componente emocional, las langostas sienten algo diferente al dolor tal y como lo conocemos, ya que el sistema nervioso de las langostas es demasiado sencillo como para procesar el dolor, pero es bastante claro que algo deben de sentir, pero si no es dolor, ¿qué es?, ¿será algo que les gustará como a los masoquistas o les resultará desagradable?, ¿o tal vez sea simplemente un estímulo sin mayores implicaciones?
Es entonces que a través de esta saga, pudimos observar dos grandes vertientes de análisis para intentar determinar si los invertebrados sienten, tales como la observación del comportamiento, estudios neurológicos fisiológicos, y neuroquímicos, y ninguno dio resultados concluyentes, sin embargo, podemos afirmar que una más objetiva que la otra, aunque ambas sean metodológicamente rigurosas aunado a que las observaciones del comportamiento son indefectiblemente antropocéntricas, en tanto que es justamente el animal humano el que realiza la observación con sus propios parámetros, o sea que mientras más actúe como nosotros, más inteligente o sintiente nos resulta.
Y es así que seguimos sin respuestas concluyentes: ¿sienten o no sienten?, ¿son
conscientes o no?, o ¿cuáles sí y cuáles no?, y si lo son ¿cómo se manifiesta y qué implica dicha conciencia? No obstante, seguir buscando es la única forma de encontrar lo que nos permita situarnos armónicamente dentro de los ecosistemas que para bien o para mal modificamos.
Por lo pronto solo nos queda una sola pregunta que hará rabiar a más de algún activista pro-animal, y esta es: ¿Al ajillo o a la mantequilla?