Vidas pasadas
La ciudad imaginada /Dr. José Alfonso Baños Francia
El amor de los adultos, a veces amargo, sorpresivo o incompleto es abordado de manera magistral en el filme “Vidas pasadas” de la directora Celine Song y cuya puesta en escena le ha valido la nominación a la mejor película en el premio Oscar, próximo a celebrarse.
A lo largo de la trama, se debaten temáticas de la vida cotidiana, como es la migración, el dolor de adaptarse a la vida en otro entorno y las decisiones que vamos tomando durante nuestro proceso formativo. Para cerrar el círculo de virtudes, la historia ocurre en dos ciudades emblemáticas y fascinantes, Seúl y Nueva York, en particular ésta última que sigue sorprendiendo con sus paisajes urbanos tan cotidianos en el imaginario de la industria hollywoodense.
El argumento descansa en dos personajes centrales: Nae Young y Hae Sung, dos amigos de la infancia con mucha afinidad en Corea del Sur, resultando en una amistad que alcanza toques de inocente romanticismo. El afecto se trunca por la decisión de los padres de Nae de emigrar a Canadá, buscando nuevos retos profesionales, pero exponiendo a sus dos pequeñas hijas al desafío de adaptarse a un ambiente nuevo y desconocido, con otro idioma, valores y costumbres.
Posteriormente, volvemos a encontrar a los protagonistas en un reencuentro juvenil al ponerse en contacto gracias a las redes sociales, retomando el vínculo afectivo a pesar de la distancia mediante la plataforma Skype, medio de enlace en los años previos a la pandemia, cuando se popularizaron otros sistemas virtuales como WhatsApp, Zoom o Meet.
Aquí radica uno de los aciertos de la película, al mostrar el lado humano del amor, ese que se construye enfrentando las cualidades y defectos de la pareja, dejando de lado la ilusión de los finales de historias de princesas, donde se colgaba el letrero “vivieron felices para siempre” al caer el telón. Como se expone, las relaciones se marchitan sin el roce de lo cotidiano o por la frialdad de los monitores computacionales.
Cuando han pasado 24 años, Nae Young, quien ha cambiado su nombre por el de Nora, vuelve a reunirse físicamente con Hae Sung en Nueva York, donde ella vive y quien se ha casado con Arthur, un escritor de origen judío compartiendo departamento en el East Village. La fuerza resultante del encuentro, desestabiliza a todos, revolviéndose sentimientos como la nostalgia, el deseo y la incógnita sobre lo que pudo haber sido y no fue, haciéndonos partícipes a los espectadores de esas cuestiones, habiéndolas experimentado en algún momento de nuestra existencia.
La narrativa de “Vidas pasadas” es seductora gracias al ritmo pausado con que transcurre, permitiendo explorar con los personajes los recuerdos y vacilaciones de lo que quedó atrás, alentando la reflexión sobre el amor, la madurez y la responsabilidad de la vida en pareja, que no es perfecta y donde los conflictos y baches emergen con frecuencia. Un sabor agridulce se cuela porque quizá no estamos con la persona que hubiésemos querido o estaba destinada a nosotros sino con la que permaneció a nuestro lado, a pesar del viento y la marea.