Ciudades violentas
La ciudad imaginada / Dr.José Alfonso Baños Francia
De acuerdo con el “Índice de las 50 ciudades más violentas del mundo”, elaborado por el Consejo para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, los siete primeros puestos están ocupados por poblaciones de México, al tiempo que 17 de las 50 ciudades con mayor número de asesinatos con arma de fuego son mexicanas.
Este dato demoledor es una muestra de las fallas en que ha caído el Estado y sus instituciones, en los tres ámbitos de gobierno. Pero también exhibe la profundidad con que se ha asentado la corrupción e impunidad en todas las esferas de la comunidad nacional.
La severa descomposición social se refleja en Colima, que está a la cabeza del ranking al registrar una tasa de 182 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2022, una cifra que deja helado a cualquiera. De hecho, el estudio la equipara con lo acontecido en Colombia a finales de 1980, en el punto más álgido de la guerra que declaró Pablo Escobar a las autoridades de su país para impedir su extradición a Estados Unidos.
Los siguientes lugares están integrados por Zamora, Ciudad Obregón, Zacatecas, Tijuana, Celaya, Uruapan, Ciudad Juárez y Acapulco. En todos los casos está la huella del narcotráfico y su cruenta lucha por el territorio, así como la incapacidad o complicidad gubernamental, aplicando políticas fallidas que en la esfera federal se resume en la frase “abrazos, no balazos”. Y es que “no existe antecedente en el mundo de un gobierno que haya adoptado como política de seguridad pública la de dar manos libres a los criminales”, sentencia el reporte.
A pesar de la reciente militarización en México, la Guardia Nacional tiene prohibido intervenir y enfrentarse directamente con los narcos, quienes operan impunemente en diversos puntos del país, particularmente en las ciudades que están entre las diez más violentas del mundo.
Da la impresión de que los mandos federales no se atreven a reconocer el fracaso de estas medidas porque de hacerlo implicaría aplicar otro tipo de políticas que no están dispuestos a conceder.
Lamentablemente la violencia no es exclusiva del control por las plazas del narco y ocurre cotidianamente a escala familiar con los altos índices de conflictos intrafamiliares, o en los ataques de género y desapariciones forzadas al por mayor.
Es aterrador saber que Puerto Príncipe, la capital de Haití, en donde la presencia del Estado es casi nula y la mayoría de barrios carecen de agua potable y están controlados por distintas bandas criminales que se reparten el territorio y luchan por él a plena luz del día, sea más segura que importantes urbes mexicanas.
En el corto plazo no aparecen visos de solución, pero es urgente reestablecer las capacidades institucionales y el imperio de la ley, reduciendo la impunidad y corrupción para que el paisaje de la violencia al que nos hemos acostumbrado, vaya cediendo su lugar y recuperemos la tranquilidad en las calles de nuestras comunidades. Ya basta de la mucha sangre derramada y tanta ineficiencia gubernamental.