Cultura cívica
La ciudad imaginada / Dr. José Alfonso Baños Francia
¿Cómo se pasa de ser la ciudad más violenta del mundo a otra que inspire…? La respuesta está asociada a la adopción de una política que puso a la vida y a la dignidad de las personas en el centro de las decisiones. Eso es posible y ya ocurrió, y no en Suecia o Finlandia sino en Medellín, capital del departamento de Antioquia en Colombia, lugar donde estaba asentado el famoso cartel de narcos que lleva su nombre y comandado por Pablo Escobar Gaviria.
Los niveles de violencia y asesinatos eran insostenibles, como una espiral sin fondo. Pocos conocían la fórmula para salir, pero caer tan bajo facilitó emerger lentamente de las cenizas. Un factor clave fue la construcción de un gran acuerdo ciudadano para y mejorar las condiciones de vida mediante la apuesta por educación de calidad, la habilitación de infraestructuras y servicios adecuados, pero teniendo como eje articulador la paz y el fortalecimiento de la cultura cívica.
La concreción del trabajo articulado derivó en el urbanismo con base social cuyo objetivo es llevar los mejores equipamientos y espacios públicos a los barrios con menores ingresos y altas tasas de conflicto social.
Para que ocurriera, se corrió la suerte de tener a personajes como Sergio Fajardo, quien fue alcalde de Medellín entre 2004 y 2008 y posteriormente gobernador de Antioquia. En base a ello, tuvo la visión e independencia para liderar una profunda tarea transformadora que alcanzó la dimensión territorial, social, económica y educativa.
Dos décadas después, los frutos son evidentes percibiéndose el alto nivel de confort en la vida cotidiana, algo que contrasta en el contexto latinoamericano, caracterizado por la precariedad, violencia y extracción centenaria.
Una muestra es la implementación del Metro Cable que es un sistema de tránsito rápido mediante teleférico que conecta la zona central de la ciudad con los barrios marginales ubicados en inclinada serranía en el valle del Aburrá. Cuando fueron instalados, hubo resistencia de los usuarios por lo novedoso y radical de la medida, pero fue adaptándose y actualmente constituye un elemento clave para la movilidad local. Hoy dispone de seis líneas, quince estaciones a lo largo de casi 15 kilómetros y ha sido replicado en Río de Janeiro, La Paz (Bolivia) y la Ciudad de México.
Esta semana tuve la oportunidad de usar el Metro Cable de Medellín y comprobé la eficacia del servicio. Vale resaltar que es de uso público y el costo ronda los 12 pesos mexicanos e incluye la transferencia con las líneas del Metro o camiones. Mientras tanto, en nuestra región, el único teleférico que existe es de uso privado para un conglomerado turístico que no aparenta tener interés en mejorar a la comunidad sino extraer y capturar la riqueza natural y humana para su beneficio.
Acá seguimos convencidos que el problema de la movilidad se resuelve con construir más calles, aunque está demostrado que eso complica el tráfico. Pero en vez de considerar ejemplos inspiradores, seguimos anclados en la mentalidad del “progreso” a toda costa y sin importar las consecuencias.
Volver a Medellín me confirmó que el camino correcto es apostar por una cultura cívica que tiene su cimiento en la educación, la innovación y generosidad. Sueño con que algo de esto podamos aplicar aquí, donde tenemos los recursos, pero carecemos de orientación.