El lado humano de la ciudad
La ciudad imaginada / José Alfonso Baños Francia
Uno de los artefactos más complejos de la humanidad es la ciudad, establecida como una relación compleja y potente entre sociedad, economía y naturaleza. A pesar de las complicaciones que entraña la vida en común, las entidades urbanas han sido ventajosas porque congregan en un espacio relativamente pequeño a las capacidades que facilitan la prosperidad.
Hace miles de años, el modo de subsistencia se basaba en la caza furtiva con extensas migraciones hasta alcanzar a las presas. Posteriormente, ocurrió una de las primeras grandes revoluciones humanas: la adopción de la agricultura favoreciendo el asentamiento fijo en poblaciones, lo cual permitió acumular experiencias y prácticas como el comercio o la división del trabajo. Ya en el siglo XVIII de nuestra era, la Revolución Industrial impulsó el crecimiento por la transformación de los medios de producción en serie. Hoy, estamos envueltos en procesos acelerados de generación y transmisión de conocimientos divulgados en medios electrónicos mientras se extraen abusivamente las bondades de la tierra.
Los grandes avances en el tejido urbano no han sido equitativos. Mientras la economía se incrementa y se concentra en pocas manos, los barrios marginales aumentan de número y ubicación. Los avances sanitarios están reservados para quien pueda pagar por los servicios médicos, al tiempo que grandes segmentos de población no cuentan con atención mínima. Y el acceso a la educación de calidad también muestra matices diferenciados.
Estas tensiones están causando resentimientos entre los residentes de la ciudad. La violencia que enfrentamos cada día, quizá tiene un origen en la injusticia institucionalizada que nos divide como integrantes de un contrato colectivo que hace tiempo que dejó de tener sentido. La seducción por evadir esta realidad dolorosa alienta la ingesta masiva de alcohol o de drogas como dispositivo de anestesia, otorgándole poder a grupos criminales que no se detienen ante el marco de la ley, desafiando a las mismas autoridades. O volviéndose cómplices de ellas.
Este escenario que perturba puede ser contenido con acciones que devuelvan el sentido humano en la urbe. Un concepto clave es alentar la recreación y el descanso, configurando espacios públicos que permitan el encuentro en el tenso entramado de la vida. También desplegar una potente agenda cultural como medio para amortiguar el desaliento que parece imponerse ante la fragmentación y el desencanto cotidiano.
El arte y la cultura son elementos esenciales para humanizarnos, no es una oficina más en el organigrama oficial. Una puerta para escapar de la violencia que nos atenaza es gozar de las obras excelsas de alcance universal que nos han sido regaladas a lo largo de tantos años. Y no se trata solamente de piezas clásicas sino de todas las expresiones artísticas que promuevan el desarrollo de las capacidades individuales.
Devolver el rostro humano a la ciudad pasa por alcanzar formas de conciencia que hemos acallado por el eficaz entrenamiento recibido para dejar de ser personas y convertirnos en objetos de explotación. Estamos a tiempo y nos corresponde transformar esta incómoda realidad en lugares para el encuentro solidario y generoso.