La píldora roja
Matrix es una película de ciencia ficción que causó furor cuando fue estrenada en 1999 por la originalidad de la trama al grado de convertirse en un referente de la cultura popular estadounidense y global.
En el filme se expone una vida paralela entre el mundo real y la simulación virtual generada por un sistema de interacción colectiva llamada la Matrix. El personaje principal es Thomas Anderson, interpretado por Keanu Reeves, quien es un programador informático de día, y un hacker llamado Neo por la noche. Por razones de la vida encuentra a Trinity quien lo conduce a Morfeo y con ello, descubre que el mundo en el que creía vivir no es más que una simulación virtual a la que se encuentra conectado mediante un cable enchufado en su cerebro.
En una de las escenas clave de la película, Neo debe tomar una decisión que le cambiará la vida; por invitación de Morfeo, tiene que elegir entre tomar la píldora roja o la azul. La primera lo llevaría a asumir una verdad potencialmente inquietante, mientras que, con la segunda, permanecería en un estado de ignorancia satisfecha, sin sobresaltos, en una comodidad aparente. Neo opta por la píldora roja y despierta al mundo real, enfrentándose a una dimensión creada por la máquina y acarreándole un camino duro y difícil pero más liberador.
Haciendo una analogía con nuestra realidad, tal parece que convivimos en dos dimensiones que son opuestas; en un espectro se encuentran aquellos que identifican las tensiones que enfrentamos como sociedad planetaria (pandemia, cambio climático, desigualdad) y nos invitan a forjar cambios en el modelo imperante, mientras que otros prefieren mantener las cosas como están, ya sea por comodidad o conveniencia.
Quizá preferimos no cuestionar lo que sucede porque hemos recibido un entrenamiento muy eficaz para convertirnos en consumidores y no en personas. Probablemente nos aterra salir de la zona de confort que con tanto ahínco construimos, evitando llegar a estados de conciencia que son incompatibles con el modelo de consumo ilimitado.
Las transformaciones requeridas para conservar la vida en el planeta pasan por decisiones valientes y generosas. Las tensiones al clima no se resolverán si no transformamos las prácticas extractivas que son impulsadas por las élites globales al consumir muchos recursos que son finitos. Hace falta volver a conectarnos con una vida más sobria y modesta donde el “éxito” no se mida por la cantidad de dinero o cosas acumuladas sino por el desarrollo de las capacidades personales para ser puestas al servicio de la comunidad.
Si revisamos el proceso de crecimiento urbano en Puerto Vallarta, comprobamos que la mentalidad imperante es individualista y no colectiva. Que el territorio es visto como una mina de oro para asegurar las fortunas de pocos y afilados dientes, mientras la mayoría lucha por sobrevivir. Así, a pesar de las innovaciones recientes en materia de planeación urbana, vuelven a emerger licencias de construcción que no coinciden con las normas de control urbanísticas que deben ser respetadas.
Hace mucha falta asumir una realidad más inquietante y comprometida. Y la pregunta sigue en el aire: ¿qué será mejor: tomar la píldora roja o azul? Eso se lo dejamos al criterio de nuestros lectores, que suelen tomar las mejores decisiones.