Multiutopías

Cristina Gutiérrez Mar/ Cucus

Utopía Vainilla

La mujer de cabellos cristalizados y vestida de bámbula de seda, firma los papeles con infernal tristeza. La gente a su alrededor la observa, hablan de ella y la hacen aún más pequeñita. Lo que las personas sienten es una traducción de ella; la mujer se está quemando por dentro aunque su expresión facial sea  fría como un detallado copo de nieve. Sus ojos figuran dos pequeños relojes anunciando que su tiempo se ha agotado, sin embargo, los demás sólo ven la versión miel de su mirada.

Parece una virgen sin dolor, rodeada de astros de  insignificancia, teñida de blanco y retazos de encaje con ligeros diamantes. Lleva una corona de plata con cristales incrustados, aquella que fuera de su mamá, su abuela y su bisabuela; todas ellas la portaron el día de su boda.  Metal plateado que punza en su cabeza y le encaja espinas tornasol, brota de su frente el sudor amarillento de confusión.

Esta noche gris con estrellas, estaba planeado que ambos diríamos “sí, acepto”, los otros gritarían ¡beso, beso!  y el cielo  sería un tambor de luna llena. Después de la boda nos comeríamos en licor de caricias sin límites hasta vaciar nuestras almas en el cuerpo del otro y, las estrellas tendrían sabor a coco.

Sé que ella regresará  a casa y cerrará las persianas de la ventana (sin haber persianas). Cerrará los ojos para no obsesionarse con pensamientos de terror y para no denigrarse con sufrimientos mortales. Todo será mentira, sólo conseguirá soñar a colores. Dormirá en un colchón de risas interminables porque los ecos  que quedaron de nosotros, son voces que nunca callan y se esconden en la memoria.

Sé que ella irá a casa con migraña y grafito en el cuerpo. Tomará la botella de whisky y se quitará el vestido de novia.  Desnuda, beberá media botella, al mismo tiempo que maldecirá a Dios, la vida, al mundo entero, a mi hermano, a mí y a sí misma.

Mi pasado y el suyo ya no existen, ni  reencarnando en once vidas y, me carcomen los espectros al no poder detenerla a que firme los papeles de testigo por un suicidio.

Sé que ella volverá a casa vacía e incolora, nula y sin sombra. También sé qué mi hermano acudirá a verla en la madrugada, la querrá abrazar con cerezos y ella lo golpeará en el pecho con sus delgados brazos. Mi hermano se marchará muerto en vida y la soledad entrará por las ventanas sin persianas.

Dirán que fui un cobarde, el prometido que se quitó la vida antes de entrar a la iglesia, el que se paró frente a ella con una sonrisa cínica y desabrida. Aquel que sacó una pistola y la colocó en la sien para darse el tiro de magia. Sí, de magia; mi acto maestro, mi gran final dedicado a mi hermano y a ella.

Mi hermano disfrutó de su belleza una sola vez.  En cambio yo, amé todas las utopías que me regaló ella en instantes. Ella era multiutopías que bendecían mi alma ya engrandecida por su dulzura; su manera de hacerme el amor, cabellos canela, manos marmoleadas que embonaban perfecto con las mías y, su sonrisa mágica, que me alegraba todos mis días.

Al final,  yo tuve las ganancias de nuestra película, aunque ya no cuente con un cuerpo físico, siempre tendré multiutopías que me acompañarán en el limbo de la desgracia.  Y ella, ella sólo regresará esta noche a casa, cerrará las persianas sin persianas, beberá desnuda la media botella de whisky, golpeará a mi hermano con rencor y lágrimas petrificadas y, la soledad, será su nuevo marido.