Los Mercados

De Fogones y Marmitas

En los mercados las frutas tienen nombre. En el súper solo tienen precio

Héctor Pérez García

Es deber de los gobernantes encontrar las formulas de equidad social.

Impulsar el consumo de los productos de la región impulsaría nuestra agricultura, la pesca y ganadería. Un mercado de abastos regional con base en Puerto Vallarta sería el mejor apoyo a la economía de las clases menos favorecidas y a los productores locales.

¡Qué triste añoranza la de los mercados!, cuando no tenemos uno decente en Puerto Vallarta. Los mercados son el reflejo de la comunidad; es todavía el lugar de encuentro de muchas amas de casa que se preocupan por la alimentación de su familia. No sería desatinado afirmar que por los pasillos de cada mercado se desliza la historia y la identidad del pueblo. Basta visitar cualquier mercado para visualizar la mezcla demográfica de nuestra comunidad: extranjeros y residentes de todas las clases sociales en común búsqueda de satisfactores.

La magia de los mercados

Es en los mercados donde conviven lo cotidiano y lo insólito; lo esperado y lo sorprendente, el pasado con el presente. Son los mercados una ventana a las tradiciones y a la cultura local; a sus ideologías y carencias, costumbres y forma de vida: ¡esa es la magia de los mercados!

Mientras que en todo el mundo desarrollado los ciudadanos tienen un respeto ancestral por sus mercados, en otras latitudes no pasan de ser lugares comunes a donde se acude en busca de comida. Pero los mercados no sólo ofrecen comida en forma de productos. Cumplen estos lugares con una necesidad humana que va más allá de la mera alimentación. Los humanos somos seres gregarios y apreciamos la cercanía con la libertad y el  respeto. Algo que encontramos en los mercados.

Se me ocurre que los mercados son para las amas de casa, lo que las cantinas son para sus maridos; puntos de reunión donde interactúan  actitudes de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales.

El mercado del Río Cuale

En nuestra ciudad tuvimos un mercado emblemático y decoroso. Fue diseñado por un arquitecto reconocido quien respetando la identidad de nuestro pueblo, creó un edificio fresco, pleno de luz y delicia. Ubicado junto al río Cuale en el centro de la ciudad era cómodo y accesible para las familias que residían en la zona centro y las que  comenzaban a poblar las áreas vecinas: Colonias Emiliano Zapata, Amapas y Conchas Chinas.

En el Mercado del Río Cuale se encontraban los frutos del mar y de la tierra: frutas, legumbres, verduras y hortalizas, pescados y mariscos, carnicerías, productos lácteos y todo lo que un ama de casa necesitaba para preparar los gustosos platillos oriundos de la sierra y el mar. En el primer piso se comían platillos tradicionales: gorditas, enchiladas, pollo frito, menudo y otras delicias que gustaban a residentes y turistas nacionales. Ahí se comía nuestras tradiciones.

Animus Lucandi

Un día el “animus lucrandi”  de otro tipo de mercaderes impulsados por el turismo convencieron a las autoridades para cambiar el giro de nuestro mercado, por el  de alimentar a la población al de  aprovechar a los turistas. Los pescaderos se ubicaron cerca del supermercado Gutiérrez Rizo y  abarroteros, verduleros y tortilleros fueron lanzados a las calles vecinas mientras que los carniceros huyeron a otras colonias alejadas. De ser una ventana de los productos de la región se cambió a un expendio más de “mexican curious” elaboradas en otras partes.

A cambio de buenos mercados en nuestra ciudad, tenemos infinidad de “Súper”, ahora de varias categorías y precios. Todos ellos enormes, modernos, fríos, impersonales y algunos con precios exorbitantes. Si existieran más y mejores mercados tradicionales no acudiríamos a los “súper”. Lugares donde se guarda el silencio de la resignación, se compra lo que no quieres y erosionan tu economía con engaños y trampas.

El mercado o el súper

Del mercado no te quieres ir porque te encuentras en una verbena popular, donde conversas lo mismo con el carnicero a quien le pides un corte especial, que con  la marchanta de la verdulería quien te explica cómo cocinar el kale o las verdolagas que acaban de llegar. En el súper no hay sorpresas: nadie te explica que la cebolla es buena para la salud al tiempo que sabrosa en las cazuelas, que los frijoles son más llenadores que el espagueti y que es mejor guisar con poquito aceite.

El mercado es la biografía del pueblo y funciona mejor que las clínicas de salud mental. No sólo es una academia de gastronomía sino también una escuela de cocina. No sólo ofrece manjares para el paladar sino también reglas de conducta: “Si no compre no magulle”.

En los mercados las frutas tienen nombre. En el súper solo tienen precio. ¡Qué triste añoranza la de los mercados! ¿Por qué no tenemos un mercado de abastos a donde se encuentres pequeños productores y consumidores? ¿Por qué no tenemos mercados decentes en esta ciudad turística que ven tantos ojos del mundo?

El autor es anlista turístico y crítico gastronómico

Sibartia01@gmail.com

Elsybarita.blogspot.mx