Hallar Otras Posibilidades

Hace unos días, intercambiando whatsapps, escribí “si te pierdes avísame”. La persona que recibió mi texto, una pintora con muy alto sentido de la creatividad, respondió “en realidad nunca nos perdemos, solo hallamos nuevas posibilidades”

Federico León de la Vega

Aventuras de un pintor

Hace unos días, intercambiando whatsapps, escribí “si te pierdes avísame”. La persona que recibió mi texto, una pintora  con muy alto sentido de la creatividad, respondió “en realidad nunca nos perdemos, solo hallamos nuevas posibilidades”.  Instantáneamente quedé convencido de la gran verdad que venía escondida en esta respuesta. Por mi mente pasaron recuerdos que ratifican su valor.

En una ocasión viajaba yo por la carretera inglesa M1 al atardecer. Conducía una motocicleta y esperaba llegar a Londres esa misma noche. A eso de las 5 de la tarde, la tradicional hora del té, paré en una cafetería por unos minutos. A la salida ya la luz era escasa y poco después de reincorporarme al veloz tránsito, yendo a unos 90 km/h, el faro de la moto se fundió. Junto a mí pasaban muchos vehículos, de modo que la primera solución que se me ocurrió fue emparejarme a un Mini Cooper y compartir su luz. Sin embargo, esto asustó al conductor, quien aceleró más allá de los 140Km/h. Mientras el Mini seguía acelerado yo sentía la creciente presión del viento helado sobre mi casco y decidí que aquello era peligroso.

Busqué otros vehículos para usar su luz sobre la carretera, pero todos reaccionaron igual. Era obvio que les inquietaba llevar emparejado a un hombre en moto, todo vestido de negro, cuya única facción visible era su larga barba.

Desistí  de mi intento y tomé la salida más próxima: la de Sherwood Forest. Me imaginé una cálida habitación en un Bed & breakfast provinciano y dediqué dos horas a buscarla. Sin embargo éste era el último fin de semana de las vacaciones de verano, así que a cada hotelito al que llegaba me tenían encendido el letrero de “no hay vacantes”.

Resignado a dormir al aire libre tomé un camino rural, de tierra, aunque con jardines a los lados, y entre dos árboles comencé a desenredar mi bolsa de dormir. Estando en ese menester comencé a sentir la lluvia sobre mi melena. Era una de esas lluvias inglesas que de poco en poco, con diminutas gotas muy pronto te empapan hasta el cráneo. Desistí de esta alternativa y volví al pavimento.

Recordaba haber visto, unos metros atrás, una bonita parada de autobús cubierta por un techo a dos aguas. Conduje la moto hasta ella y viendo que tenía una amplia banca de madera, estiré de nuevo mi bolsa de dormir sobre ella. Pronto me llegó un fuerte olor a orines que me revolvió el estómago. De nuevo sobre la moto decidí retornar al camino de tierra y continuar sobre él hasta encontrar dónde guarecerme. Apareció a mi izquierda un portón abierto, con un camino de ladrillo. Lo seguí hasta el final y encontré el estacionamiento de una gran mansión estilo Tudor, con sus paredes de piedra encasillada por gruesas vigas de madera.

Obviamente era “hall” muy antiguo y lujoso. Estacioné la moto. De pronto un hombre ebrio, pero vestido con smoking, pasó sonriendo junto a mí, preguntando si estaba yo listo para la fiesta me tomó del brazo y me hizo acompañarle hasta la puerta de la mansión. Lo esperado: un mayordomo recibiendo a las visitas. No pudiendo reconocerme me detuvo y mirando de cerca mi atuendo me dijo, amable, que no me podía dejar pasar. Yo le sonreí también y le expliqué mi situación: la imposibilidad de hallar un hotel, la lluvia y demás. Con esa amabilidad hospitalaria que en ese entonces tenían los ingleses, me dijo que a unos doscientos metros detrás de la mansión hallaría un establo, que allí podría pasar la noche sin problema siempre y cuando saliera al amanecer sin hacer ruido.

A esas alturas me encantó la idea. El establo resultó bien seco y no tener ganado, sino tres lujosos automóviles. Estacioné la moto, busqué un espacio adecuado, extendí por tercera vez mi bolsa de dormir y saqué mi pijama –yo siempre duermo con un cómodo pijama. De pronto se oyó un motor y entró un Rolls Royce antiguo. El conductor puso los faros a su máxima potencia y su esposa me preguntó a gritos: ¿Qué haces aquí? Yo, un tanto apenado y en ropa de dormir, le expliqué mis circunstancias, a lo que él repuso: “No, me dijo, no te puedo dejar a dormir aquí, ¡sino que te daré una buena habitación en casa!”

Y de aquí siguieron algunas fantásticas experiencias que ya relataré en el próximo artículo. Definitivamente no nos perdemos, sino que hallamos nuevas posibilidades.

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